Vine por sorpresa a este planeta — ocho años tras el último hijo de mis padres, al final de los 25 años que habían pasado expatriados.
En mi primera foto de pasaporte, que obtuve en la embajada sudafricana en Singapur, apenas tenía una semana de edad, estaba medio dormida. Desde el principio de mi existencia ya aprendí a ser una extranjera.
Cuando les preguntan a mis hermanos sobre dónde viven, sus respuestas se convierten en una historia: “No estoy muy seguro! He vivido en Nueva York, Corea, Polonia, Sudáfrica…” Por lo general, les paran antes de que puedan terminar la lista. A pesar de que no saben de dónde son, por suerte viven en una comunidad de niños y niñas internacionales que también han vivido en varios lugares durante su infancia. Los acentos de mis hermanos no son ni británicos ni americanos ni sudafricanos, pero si muy característicos de niños internacionales. Yo he intentado conectar con sus historias, sin embargo, no lo he conseguido.
Mi madre voló desde Indonesia, donde vivía el resto me mi familia, a Singapur, en busca de mejor hospitalización para mi nacimiento. Viví en Indonesia durante tres años antes de que mi familia se mudase a Inglaterra; allí es donde recuerdo el comienzo de mi infancia. Entre esos recuerdos está el día en el que conseguí la nacionalidad. Tristemente, no tarde mucho en darme cuenta de que estar en frente de una foto de la reina Isabel, con mi nuevo pasaporte en mano, no es suficiente para que un país te considere de los suyos.
Mis hermanos se veían bien entre la comunidad internacional. Yo, sin embargo, me veía más británica a pasear de que la gente no me vea así en Inglaterra. Mi pasaporte nunca ha servido como respuesta a las preguntas: “¿Como puedes ser británica si tus padres son sudafricanos?”, “¿Por qué no naciste aquí?, “¿De dónde eres en realidad?”. El rechazo que sufrí vino sobre todo de parte de mis amigas británicas. Esto me hizo comenzar la búsqueda de mi identidad. Está claro que no soy ni de Singapur ni Indonesia. Tampoco me siento sudafricana a pesar de lo que indicaba mi primer pasaporte. Es más, cuando voy a Sudáfrica, mi familia de allí me considera americana a pesar de que lo único que me relaciona con ese país es una visa F1 de cuatro años.
A diferencia de mis hermanos, yo sé de donde soy. Oír a la gente decir que, a pesar de mi pasaporte y mi sentimiento británico, no soy británica me deja confundida y fuera de lugar. Las actitudes xenofóbicas que frecuentemente veía en mis compañeros fueron tal vez motivadas por el Brexit. Oír a la gente hablar sobre cómo ven a los inmigrantes, gente que “viene aquí y nos roba el trabajo” me hizo pensar sobre mis padres. Oír a la gente hablar así me hizo darme cuenta de que mi familia nunca será considerada británica.
El único sitio en el que me pude llamarme británica sin tener que decir de donde provengo “de verdad” es Andover. Aprecié el hecho de que este sitio celebra su diversidad desde el primer momento que puse pie en este colegio. Cuando le digo a la gente que nací en Singapur y que tengo pasaportes distintos a los de mis hermanos, la gente sigue sin cuestionar mi verdadera identidad. Las perspectivas que traigo aquí me ayudan a construir sobre mi identidad; le doy las gracias a Andover por hacer esto posible. Mi identidad nacional es multidimensional — soy británica, he encontrado alojo en varias partes del mundo y esos sitios también forman parte de mi persona.